El cambio climático se refiere a los cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos, pueden ser naturales, debido a variaciones en la actividad solar o erupciones volcánicas grandes. Pero desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles (como el carbón, el petróleo y el gas) que genera emisiones de gases de efecto invernadero los cuales actúan como una manta que envuelve a la Tierra, atrapando el calor del sol y elevando las temperaturas.
La superficie terrestre absorbe naturalmente el 70% de la radiación solar mientras que el resto es reflejada de vuelta al espacio por reverberación. La radiación solar absorbida se transforma en radiación infrarroja y regresa a la atmósfera. Parte de esta radiación infrarroja es entonces reflejada de vuelta al espacio, mientras que la otra parte es retenida por los gases de efecto invernadero en la atmósfera, incrementando la temperatura global del planeta. Esto es el efecto invernadero y es un fenómeno natural que ayuda a mantener el nivel medio de temperatura en la superficie del planeta (Figura1).
Eso es esencial para la vida en la Tierra porque, en ausencia de este fenómeno, la temperatura media sería de 18°C bajo cero en lugar de la media actual de 15°C.
Los gases responsables del efecto invernadero son los siguientes: Vapor de agua (H2O); Dióxido de carbono (CO2); Metano (CH4); Óxido nitroso (N2O); Ozono (O3).
Sin embargo las actividades humanas, como la cría de ganado que emite metano o el uso de vehículos que funcionan con combustibles fósiles, liberan grandes cantidades de gases de efecto invernadero y afectan a la composición química de la atmósfera. Por lo tanto, conducen a la aparición de un efecto invernadero adicional que aumenta la temperatura media del planeta. Cuanto mayor sea el cambio climático, más se verá amenazado el equilibrio de nuestros ecosistemas. Así, un aumento de la temperatura media terrestre de más de 1,5°C conduciría a fenómenos climáticos extremos que tendrían un impacto directo como: el derretimiento de los hielos; el aumento del nivel del mar y la inundación de ciudades costeras; la proliferación de huracanes devastadores; la migración forzada de ciertas poblaciones y especies; la desertificación de zonas fértiles y su impacto en la agricultura y la ganadería.
Especialmente en las ciudades, estos cambios afectan a las temperaturas que encontramos en el centro y en la periferia de las áreas urbanas, generando islas de
calor. El fenómeno de isla de calor implica que las temperaturas medias aumentan desde la periferia hacia el centro de la ciudad, creando gradientes climáticos en
distancias de pocos kilómetros (Figura 2)
Algunas de las causas que favorecen la aparición de este fenómeno son: las superficies oscuras y con alta conductividad térmica, como el asfalto, hacen que las ciudades absorban una cantidad mayor de radiación solar que una zona rural durante el día. La escasez de vegetación y áreas verdes en las ciudades, como los parques urbanos, provoca que no se produzca una bajada de temperatura por la evaporación del agua de las plantas. Los grandes edificios, tanto de oficinas como de particulares, que pueblan las ciudades absorben calor y bloquean el paso del viento, evitando que las ciudades se refresquen por las corrientes. La contaminación atmosférica, causada por las fábricas, los automóviles o los aparatos de aire acondicionado, entre otros, atrapa la radiación solar evitando que se disipe el calor, lo que a su vez incrementa la temperatura del aire y mayor consumo de energía. Como consecuencia de esto, las altas temperaturas pueden afectar a la salud de los habitantes de las ciudades, provocando malestar general, problemas respiratorios, insolaciones, deshidratación, cansancio e, incluso, aumentar la mortalidad por golpes de calor. Asimismo, la calidad del aire se empeora por la mayor contaminación atmosférica.
Como acciones a llevar a cabo para contrarrestar este fenómeno, podemos mencionar, la instalación de energías renovables, movilidad sostenible, e infraestructura verde (bosques urbanos). Esta última comprende todas las redes naturales, semi-naturales y artificiales de los sistemas ecológicos presentes al interior y en la periferia de las zonas urbanas. La misma puede estar conformada por una diversidad de estrategias tales como: árboles en veredas, plazas y parques abiertos, diseños para el control de aguas pluviales, techos verdes, canales y humedales, hábitats costeros y jardines urbanos. Esta infraestructura provee de diversos beneficios, conocidos como Servicios Ecosistémicos (SE), a los habitantes de la ciudad. Estos pueden ser de provisión, de regulación y culturales, siendo estos dos últimos los más importantes ofrecidos por los árboles que crecen en el ambiente urbano.
Beneficios de los bosques urbanos:
• La ubicación estratégica de los árboles ayuda a enfriar el aire entre 2 y 8 grados centígrados.
• Desempeñan un papel importante en la mitigación del cambio climático, puesto que un árbol maduro puede absorber hasta 150 kg de gases contaminantes al
año.
• Funcionan como filtros para los contaminantes urbanos, como el polvo, suciedad y humo.
• Previenen inundaciones y reducen el riesgo de desastres naturales, ya que los árboles maduros pueden regular el flujo del agua.
• Contribuyen al bienestar de la población urbana, pues vivir cerca de áreas verdes puede mejorar la salud física y mental.
Los bosques urbanos son importantes a la ahora de tomar acciones para mitigar el cambio climático, para ello es necesario que su gestión, manejo y planificación se
piensen a conciencia, buscando la sostenibilidad del arbolado en el tiempo con la calidad que permita a los ciudadanos beneficiarse con los servicios ecosistémicos que brindan los árboles